domingo, 21 de junio de 2009

GRECIA

Antigua Grecia
La antigua Grecia, poblada por distintos grupos étnicos, estaba formada por diversas ciudades-estado independientes. Los estados vecinos firmaban ocasionales alianzas, como la formada para crear una fuerza defensiva común bajo el liderazgo de Esparta, durante la invasión persa de Grecia en el año 480 a.C. Las ciudades-estado también lucharon entre sí, como fue el caso de la guerra del Peloponeso desde el 431 a.C. hasta el 404 a.C. entre Esparta y Atenas. Este mapa muestra las principales divisiones étnicas de la antigua Grecia y destaca las principales ciudades en cada región.
Primeros tiempos
Las huellas más antiguas de ocupación humana en Grecia se remontan al paleolítico. Puede decirse que, en torno al 4000 a.C., aparecieron los indicadores neolíticos: las comunidades adquirieron hábitos sedentarios, desarrollaron la agricultura, aumentaron en número y ocuparon un espacio más extenso; diferentes vestigios (particularmente, la obsidiana de la isla de Milo) atestiguan la existencia de relaciones marítimas con el archipiélago de las Cícladas.
Pitágoras
Considerado el primer matemático, Pitágoras fundó un movimiento en el sur de la actual Italia, en el siglo VI a.C., que enfatizó el estudio de las matemáticas con el fin de intentar comprender todas las relaciones del mundo natural. Sus seguidores, llamados pitagóricos, fueron los primeros en formular la teoría que decía que la Tierra es una esfera que gira en torno al Sol.
Si bien es cierto que su extracción era aristócrata, los tiranos gobernaron sin tener en cuenta a los individuos de su mismo origen (incluso a veces, contra ellos). Algunos se revelaron como hábiles dirigentes y fortalecieron su ciudad; un ejemplo de esto último fue Polícrates, tirano de Samos en el periodo 535-522 a.C. Pero, en cualquier caso, los regímenes tiránicos no pudieron resistir a la voluntad de los individuos de obtener auténticas responsabilidades políticas y convertirse, realmente, en ciudadanos.
La sede de los antiguos Juegos Olímpicos era un santuario que constaba de templos y edificaciones en honor a los dioses de la antigua Grecia. Los Juegos comenzaban con una ceremonia y un sacrificio a los dioses.
El periodo de las tiranías (c. 650-500 a.C.) se caracterizó por ser una época de notable vitalidad cultural y económica. Los intercambios comerciales, en particular por vía marítima, se multiplicaron, y el uso de moneda se tornó esencial. El desarrollo de actividades culturales comunes en el conjunto de todas las ciudades griegas fue, junto a la lengua y la religión, uno de los principales factores de cohesión en una antigua Grecia caracterizada, en lo político, por la desmembración. En este sentido, cabe mencionar la importancia de los juegos impulsados en diversas ciudades: los panhelénicos u olímpicos (organizados en Olimpia desde el 776 a.C.), los píticos (promovidos en Delfos), los nemeos (en Nemea) y los ístmicos (en el istmo de Corinto). Estos eventos contribuyeron de forma decisiva a que los antiguos griegos adquirieran conciencia de su adscripción a una misma civilización.

Emergencia de Atenas
Convertida, junto con Esparta, en una de las principales ciudades-estado griegas entre los siglos VIII y VI a.C., Atenas vivió una original y peculiar evolución política e institucional. La monarquía hereditaria fue abolida en el 683 a.C. por y en favor de los eupátridas, clase aristocrática originada de la poderosa oligarquía terrateniente que conservaría el poder hasta mediado el siglo VI a.C. Los eupátridas eran la única fuente de derecho y podían llegar a ser arcontes, magistrados responsables de la dirección de los asuntos bélicos, religiosos y legislativos, elegidos anualmente por el Areópago, el consejo de notables cuyos miembros, además de esta capacidad electiva de los arcontes, representaban la máxima instancia judicial.
El descontento con este sistema era generalizado, y el intento de tiranía de Cilón (632 a.C.) pretendió, sin éxito, acabar con él. En el 621 a.C., el arconte Dracón, en ese contexto de profunda y continuada agitación social, codificó la legislación ateniense; las severas leyes draconianas limitaron la capacidad judicial de los areopagitas, pero no pudieron resolver otro de los grandes motivos de malestar de la sociedad ateniense: la crisis económica.
El segundo golpe para los intereses de los eupátridas fue protagonizado por el legislador Solón, elegido arconte en el 594 a.C., después de que una grave crisis agraria condujera a la esclavitud a muchos campesinos libres que no pudieron hacer frente a sus deudas. Solón prohibió los préstamos realizados bajo el aval de la libertad del deudor; canceló todas las hipotecas y deudas; e impulsó el comercio y los oficios liberales. La reforma legislativa y constitucional que le es atribuida reemplazaba el privilegio de nacimiento por el mérito de la fortuna para acceder a las magistraturas y cargos públicos. La sociedad quedó dividida en cuatro clases, atendiendo al criterio de riqueza, cada una de las cuales tenía que asumir ciertas obligaciones (lo que suponía la asunción del concepto de responsabilidad del ciudadano). La última de esas clases creada por sus leyes era la de los thetes (aquellos que no tenían propiedades), quienes no podían acceder a las magistraturas y cargos políticos pero sí participar en la Asamblea popular (Ekklesia). Otras instituciones de nuevo cuño fueron el Consejo de los Cuatrocientos (que realmente supuso una nueva Bulé), con iniciativa legislativa; y el tribunal popular de los heliastas (así llamados por reunirse en la plaza Heliea al salir el Sol). Las reformas de Solón introdujeron los fermentos de la democracia en la vida ateniense.
En el 560 a.C., Pisístrato, apoyado por el pueblo, se hizo con el poder en Atenas y se convirtió en tirano. Su gobierno (hasta el 527 a.C.), en el que le sucederían luego sus hijos, Hipias e Hiparco, supuso un periodo de gran prosperidad para la ciudad. Sin embargo, el régimen de los Pisistrátidas, que terminó por ser considerado despótico, finalizó de modo violento; Hiparco fue asesinado en el 514 a.C., e Hipias tuvo que exiliarse tras ser apartado del poder por una insurrección popular en el 510 a.C. El poder ateniense regresó entonces a manos de la oligarquía.
Sin embargo, a partir del 510 a.C., el legislador Clístenes, miembro de una familia aristocrática (los Alcmeónidas), adoptó una serie de medidas que reconstruyeron profundamente el sistema político ateniense. Pese a la hostilidad de la aristocracia, pero con el apoyo de la facción democrática, Clístenes amplió el número de las tribus de Atenas (las cuatro existentes se fundamentaban en las relaciones familiares y constituían el pilar de la aristocracia). Las 10 nuevas tribus no estaban basadas en el criterio gentilicio, sino que reflejaban la división geográfica de la sociedad y representaban a otras tantas regiones del Ática; esta transformación introdujo un mayor grado de igualdad entre los ciudadanos ya que, a partir de entonces, la participación en la vida pública y el acceso a la misma pasaron a depender del lugar de residencia y no de la fortuna (cada tribu enviaría 50 representantes a la Bulé, que se convirtió así en Consejo de los Quinientos). Además, dispuso salvaguardias para eludir nuevos gobiernos tiránicos; en particular, la figura del ostracismo, medida jurídica que, previa aprobación por mayoría simple, permitiría el destierro por diez años de aquel ciudadano que fuera considerado peligroso para el bienestar público. En virtud de todo ello, se considera que Clístenes sentó las bases institucionales y los principios de la democracia, siendo en ocasiones calificado de ‘padre’ de la misma. Esta evolución política estuvo acompañada de la bonanza económica y la apertura cultural.

Periodo clásico
Desde la mitad del siglo VI a.C., la emergencia de Persia con la dinastía Aqueménida constituyó una seria amenaza para la estabilidad, expansión y prosperidad del mundo helénico. A partir del 546 a.C., año en que Ciro II el Grande derrotó a Creso, rey de Lidia, los persas atacaron las ciudades jonias y sometieron toda la Grecia asiática y las islas costeras, a excepción de la isla de Samos.
La estatua de Zeus que Fidias hizo para Olimpia hacia el 435 a.C., fue quizás la escultura más famosa de la antigüedad griega. La toga del dios y sus ornamentos fueron realizados en oro y la escultura se esculpió en marfil. Hoy día la estatua se conoce únicamente por los escritos que dejaron los contemporáneos de Fidias. Este grabado muestra una reconstrucción imaginaria de la estatua que medía 12 m de altura.

Guerras Médicas
Entre los años 490 y 478 a.C., Grecia y Persia se enfrentaron en dos guerras en el curso de las cuales se libraron dos batallas que se han convertido en legendarias gracias a la obra legada por el historiador griego Herodoto. El origen de la primera de ellas, que concluyó con la victoria ateniense en la llanura de Maratón, fue la política expansionista del rey persa Darío I el Grande en Asia Menor, que había provocado la intervención de las ciudades griegas en ayuda de las colonias jónicas, sublevadas desde hacia varios años contra el dominio persa. El otro enfrentamiento, que tuvo un carácter épico, se produjo diez años después en el denominado paso de las Termopilas; en él, las fuerzas coaligadas de las ciudades griegas fueron derrotadas por las tropas del rey persa Jerjes I, quien se encontró, de este modo, el camino expedito hacia Atenas, ciudad que arrasó mediante el fuego. La larga contienda concluyó en el 449 a.C. con la firma de la denominada paz de Calias, que alejó definitivamente la amenaza persa y otorgó a Atenas el pleno dominio sobre el Egeo.
En las llamadas Guerras Médicas, desarrolladas en el siglo V a.C., las ciudades griegas lucharon unidas contra el enemigo común que constituía el Imperio persa. En el 499 a.C., los jonios, liderados por el tirano de Mileto, Aristágoras, y ayudados por Atenas y la ciudad eubea de Eretria, se sublevaron contra Persia. Aunque la rebelión de Jonia triunfó en un primer momento, finalmente fue derrotada en el 494 a.C. por Darío I el Grande, quien saqueó Mileto y restableció su control absoluto sobre la región. En el 490 a.C., el rey persa envió una gran expedición para castigar a los atenienses por su participación en el levantamiento, pero sus ejércitos fueron vencidos el 13 de septiembre de ese año en la batalla de Maratón por las fuerzas griegas, que comandó el general ateniense Milcíades el Joven.
Atenas, siguiendo la estrategia de su dirigente Temístocles, decidió emplear la riqueza de la ciudad en construir una poderosa flota de trirremes y en desarrollar el puerto de El Pireo. Pero la amenaza persistía y los ataques persas fueron reanudados por el hijo de Darío I, Jerjes I, el cual, en el 480 a.C., marchó con sus ejércitos sobre Tracia, Tesalia y Lócrida. Los persas se vieron detenidos momentáneamente en el paso de las Termópilas, defendido por el soberano espartano Leónidas I; el sacrificio de este (murió junto a sus 300 hombres) otorgó un valioso tiempo a los griegos, que pudieron reorganizar sus fuerzas. Aunque Jerjes I reanudó la marcha, continuando hacia el Ática y quemando Atenas, que había sido abandonada, su flota sufrió una grave derrota en la batalla de Salamina (29 de septiembre del 480 a.C.) ante los barcos de guerra griegos comandados por Temístocles y por el espartano Euribíades. Jerjes I se retiró a Asia Menor y dejó a Mardonio al mando de las tropas persas que permanecieron en Grecia. Este fue vencido y muerto en la batalla de Platea (479 a.C.) por las fuerzas griegas, al frente de las cuales estuvo el general espartano Pausanias y el ateniense Arístides el Justo.
La guerra del Peloponeso y el dominio de Esparta

La guerra del Peloponeso
Las ciudades-estado griegas, tras unirse para rechazar dos campañas dirigidas por los persas, quedaron bajo el dominio de la Liga de Delos, liderada por Atenas, y la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta y Corinto. Después de luchar durante diez años, ninguno de los dos grupos se alzó con la victoria. Finalmente, Atenas sucumbió ante Esparta en el 404 a.C., concluyendo así la guerra del Peloponeso.
Sin embargo, la política hegemónica de Atenas devino finalmente en su propio perjuicio. Como ya se ha referido, la Liga de Delos, fundacionalmente una confederación de aliados, terminó por forjar un imperio ateniense no igualitario en el que las ciudades que decidían separarse o rebelarse contra él eran duramente castigadas; así les sucedió a Naxos (470 a.C.), Thásos (465 a.C.), Beocia (447 a.C.), Megara (446 a.C.), Eubea (445 a.C.) y Samos (439 a.C.). Esparta, celosa de la prosperidad de Atenas y deseosa de recobrar su prestigio, supo sacar provecho de la situación. Dado que, a su vez, lideraba una confederación formada por ciudades del Peloponeso en el 550 a.C., Esparta disponía de los medios para enfrentarse a Atenas. Sin embargo, la guerra se retrasó como consecuencia de la firma de una tregua de treinta años firmada en el 446 a.C. Las hostilidades se desataron en el 431 a.C., y el pretexto fue el apoyo prestado por Atenas a Corcyra (hoy Corfú) durante la disputa que esta mantenía con Corinto, aliada de Esparta.
La que fue conocida como guerra del Peloponeso enfrentó a ambas confederaciones hasta el 404 a.C. y finalizó con la capitulación de Atenas y la rendición de su flota, lo que otorgó la supremacía a Esparta.
Finalizada la guerra, Esparta favoreció al partido aristocrático ateniense, lo que se tradujo en la instauración del denominado gobierno de los Treinta Tiranos, en Atenas, y de otros similares en diversas ciudades griegas. El dominio espartano sobre el mundo helénico se reveló pronto más severo y opresivo que lo fuera el ateniense. En el 403 a.C., Atenas, liderada por Trasíbulo, expulsó de la ciudad a la guarnición espartana que sostenía a la oligarquía, y la democracia y la independencia fueron restauradas. Esparta se vio igualmente desafiada por otras ciudades griegas que se rebelaron regularmente contra su hegemonía.
Filipo II de Macedonia, el político y general más brillante de su época, sentó las bases de una fuerza militar que conquistó y helenizó un gran número de regiones del Mediterráneo, el sur de Europa y Oriente Próximo. Su reorganización del ejército y el empleo de la formación en falange le permitieron dominar toda Grecia.
Situada en el norte de Tesalia, la próspera monarquía centralizada de Macedonia estuvo regida desde el 359 a.C. por Filipo II. Aprovechando los conflictos existentes entre las distintas ciudades y valiéndose de un poderoso aparato militar que se fundamentaba en el sistema de falanges tebanas, Macedonia fue poco a poco afianzando su hegemonía. Tras apoderarse de la Grecia central y de Tracia, Filipo II se propuso extender su dominio a la totalidad de la península. La principal oposición a sus fines provino de Atenas y estuvo dirigida por Demóstenes. Pese a que, en el 341 a.C., Atenas, Eubea, Tebas, Corinto y Megara se coligaron, sus fuerzas fueron severamente derrotadas en la batalla de Queronea (338 a.C.) por Macedonia, que vio así reconocida su supremacía. A partir del 337 a.C., la Liga de Corinto aglutinó a las principales ciudades griegas para preparar y afrontar las campañas militares que el monarca macedonio se disponía a efectuar en Asia. Al ser asesinado Filipo II, en el 336 a.C., Alejandro III el Magno heredó el trono de su padre.
Alejandro III el Magno sucedió como rey de Macedonia a su padre Filipo II. Dirigió a sus tropas en las campañas contra Grecia, Egipto y el Imperio persa. Cuando falleció en el 323 a.C., a la edad de 33 años, dominaba la mayor parte del mundo clásico.
A partir del 334 a.C., Alejandro Magno continuó la política de expansión de su padre y se lanzó a la conquista de Persia. Solo diez años después, su inmenso imperio se extendía desde el Adriático hasta el Indo. Símbolos de la nueva época fueron centros de la cultura tales como Alejandría y Pérgamo. En el contexto religioso, la interacción entre la religión griega y los cultos orientales originó un significado proceso de sincretismo espiritual. Al morir Alejandro Magno, en el 323 a.C., su imperio territorial fue sometido a un proceso de división entre sus generales, los llamados diádocos (‘sucesores’), que dieron lugar al nacimiento de dinastías reinantes en sus respectivos espacios de influencia. Tres fueron las más importantes: la Tolemaica en Egipto, la de los Seléucidas en Oriente Próximo y la Antigónida en Macedonia. Las ciudades griegas intentaron aprovechar las divisiones entre los reyes macedonios para recobrar su independencia.


Plutarco

El escritor y filósofo griego Plutarco escribió Vidas paralelas (siglo I), una serie de biografías de personajes de la historia griega y romana. El dramaturgo inglés William Shakespeare se sirvió de las obras de Plutarco como referencia para varias de sus piezas teatrales históricas.
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En el 215 a.C., la República de Roma comenzó a penetrar en los Balcanes y a inmiscuirse en los asuntos griegos. Filipo V, rey de Macedonia (221-179 a.C.), se alió con Cartago, pero los romanos, apoyados por la Liga Etolia, vencieron a las tropas macedonias en el 205 a.C. y se establecieron sólidamente en Grecia. Roma, con el sostén que le proporcionaban ambas ligas griegas, derrotó de nuevo a Filipo V en la batalla de Cinocéfalos (197 a.C.). El hijo y sucesor de Filipo V, Perseo, prolongó la lucha de su progenitor para salvaguardar la independencia de su reino frente a las tropas romanas, que lograron una decisiva victoria en la batalla de Pidna (168 a.C.). Macedonia, sojuzgada, debió concluir la paz y, en el 148 a.C., se convirtió en provincia romana.
El último intento de resistencia griega (149-146 a.C.) estuvo protagonizado por la Liga Aquea, pero la revuelta concluyó con la conquista y destrucción de Corinto por los romanos, con la disolución de las ligas y con la integración del conjunto de Grecia en la referida provincia de Macedonia. Roma había reconocido la autonomía de las ciudades griegas con ocasión de los juegos ístmicos del 196 a.C. (al año siguiente, por tanto, de que la batalla de Cinoscéfalos pusiera fin a la segunda Guerra Macedónica). Pese a ello, el protectorado romano establecido sobre Grecia cercenaba notablemente la teórica soberanía de sus diversas entidades políticas, al prohibir toda forma de alianza en el marco de confederaciones o ligas. La dominación romana se tradujo para Grecia en la ocupación militar y en el pago de tributos.
La expansión romana prosiguió. En el 133 a.C., el reino de Pérgamo fue anexionado para convertirse, poco después, en la provincia de Asia. Más tarde, Cneo Pompeyo Magno conquistó el reino de la dinástía Seléucida, que pasó a ser la provincia de Siria (64 a.C.). Por último, en el 30 a.C., el Egipto de la dinastía Tolemaica se sumó igualmente a los ya vastos territorios bajo control romano.
El conjunto del mundo helenístico había sido sometido por Roma. En el 88 a.C., Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto, acometió una campaña para liberar Asia Menor y Grecia del dominio romano. Fue apoyado por numerosas ciudades griegas que esperaban reconquistar su independencia. Pero esta rebelión fue sofocada, dos años después, por las legiones de Lucio Cornelio Sila. Al final del conflicto, Grecia central quedó completamente arruinada.
A pesar de estas tentativas de rebelión, de los repetidos ataques de piratas (78-66 a.C.) y de las guerras civiles romanas (en suelo griego se libró, por ejemplo, la batalla de Farsalia, en el 48 a.C.), los siglos II y I a.C. supusieron cierta expansión económica, gracias primordialmente al desarrollo del comercio marítimo, como fue el caso de Rodas. Para las ciudades griegas, la ocupación romana tuvo como consecuencia el fin de la democracia y la llegada al poder de las oligarquías (así ocurrió en Atenas, por ejemplo, a partir de 102-101 a.C.).
Reorganizada por el emperador Augusto en el 22 a.C., gran parte de Grecia pasó a integrarse en la provincia de Aquea, administrada por el procónsul de Corinto; Macedonia quedó unida a Tesalia, mientras que el Epiro fue confiado a un procurador. Los efectos de la paz romana dejaron de sentirse notablemente en Grecia, auténtico modelo intelectual y artístico para el Imperio romano. Emperadores como Adriano (117-138) o Marco Aurelio (161-180) estuvieron particularmente influidos por la cultura griega y vinculados al intento de promover su renacimiento y de devolver a Atenas su esplendor clásico. Esfuerzos que resultaron insuficientes, pues la vieja ciudad sufrió, desde finales del siglo II, la creciente competencia de las ciudades de Asia Menor. La invasión de Grecia por los godos en los años 267-268 (Atenas fue conquistada; Argos, Corinto y Esparta, prácticamente destruidas); el avance del cristianismo; el ocaso del helenismo; la suspensión de los juegos olímpicos en el 394, por su simbología pagana... Todos ellos resultaron hitos significativos, factores explicativos del ocaso de una época. El mundo antiguo llegaba a su fin en Grecia. Tras la división del Imperio romano en el 395, Grecia quedó encuadrada en su nueva entidad oriental: el Imperio bizantino.
Para otros aspectos relacionados con la antigua Grecia, véanse los artículos Arte y arquitectura de Grecia, Filosofía griega, Lengua griega, Literatura griega y Mitología griega.